Las tortugas terrestres, a excepción de las de tamaño muy voluminoso, suelen ser fáciles de controlar y manipular. Los ejemplares más pequeños pueden cogerse entre los dedos, mientras que los más grandes basta cogerlos con ambas manos por los lados del caparazón.
Las tortugas de tierra no son animales agresivos, y su sistema de defensa consiste en retraer la cabeza y las extremidades hasta el interior del caparazón.
Con mucha frecuencia, en particular con los ejemplares del género Testudo, es posible sacarles las extremidades y la cabeza, con paciencia y calma, pero si no se tiene cierta experiencia es preferible evitarlo, para no perjudicar al animal.
Para obligar a un ejemplar a sacar la cabeza y las extremidades delanteras hay que mantener las traseras dentro del caparazón, de forma que se reduzca el volumen interno del animal; del mismo modo, las extremidades posteriores pueden ser forzadas a salir apretando hacia el interior la cabeza y las extremidades delanteras.
En cambio, para examinar la cabeza y las extremidades de una tortuga caja (del género Terrapene y Cuora) encerrada en su caparazón hermético (operación, por otra parte nada fácil) se puede ejercer una leve presión contra la mitad posterior del plastrón, de forma que la mitad anterior se abra ligeramente; a continuación, hay que colocar el pulgar y el índice en el espacio que hay entre el espaldar y el plastrón y separarlo con sumo cuidado; con ello basta para extraer una extremidad del reptil. Una vez ha salido una pata, el caparazón permanece abierto. Al manipular estas tortugas hay que ir con mucho cuidado para no agarrarse los dedos con el caparazón, porque puede ser doloroso.
Cuando se manejan tortugas de gran tamaño (como la Geochelone pardalis o la Geochelone sulcata), es necesario prestar la máxima atención al introducir los dedos en las fosas axilares o inguinales: una entrada brusca del animal al interior del caparazón podría provocar que uno de los dedos quedara cogido por la pata del animal (y liberarlo podría ser complicado, en vistas de la fuerza que tienen estos reptiles), y causar un profundo dolor. Sea como fuere, se trata de comportamientos instintivos, sin ninguna intención específica de herir a nadie.
Es fundamental, por otro lado, no dejar caer la tortuga, porque podría herirse o fracturarse el caparazón. A menudo, cuando son manipulados, estos reptiles se orinan y defecan. Por último, cabe apuntar que no se puede dejar a las tortugas volcadas de espaldas.