La elección de una tortuga de tierra sana comienza haciendo un examen del punto de venta y de la forma en que se está cuidando al reptil. El ambiente debe estar limpio y bien aireado; los terrarios han de estar limpios y preparados de forma adecuada en lo que respecta al material del fondo, a los sistemas de calentamiento, a la presencia de lámparas de luz ultravioleta, etc., y la alimentación debe ser la apropiada para la especie.
La presencia de excrementos en el interior del terrario no es en principio un indicativo de falta de limpieza, ya que las tortugas defecan con frecuencia. Por el contrario, condiciones nada ideales son la presencia en el mismo terrario de individuos de especies diferentes o una superpoblación.
Si la tortuga está al aire libre, hay que observar el espacio del que dispone, su situación (al sol o a la sombra), la presencia de refugios y la disponibilidad de agua para beber; además, en el caso de las Testudo, conviene informarse del modo en que se ha efectuado el letargo.
También es importante fijarse en cuántos ejemplares comparten el recinto, así como en la relación machos/hembras (en este caso también la superpoblación es un factor perjudicial). En el caso de tratarse de una hembra adulta, hay que informarse acerca de si ya ha puesto huevos.
Las heces, tanto en un terrario como en un recinto, deben tener una buena consistencia: unas heces blandas o líquidas pueden ser síntoma de una inadecuada alimentación, de presencia de parásitos o de la existencia de infecciones intestinales.
Una vez seleccionado un individuo, hay que observarlo con atención, examinando, en primer lugar, su comportamiento general: una tortuga, cuando está despierta, tiene los ojos bien abiertos y mira a su alrededor con atención, se mantiene sobre sus cuatro extremidades sin dificultad y, a menos que ya esté saciada, muestra interés por la comida. El hecho de que acepte los alimentos gustosamente es un indicio favorable.
También hay que examinar con atención la cabeza. Los orificios nasales deben estar limpios y sin muestras de flujo mucoso o purulento, y la piel de alrededor no debe estar enrojecida ni ulcerada. Si el animal respira con la boca abierta, o con el cuello estirado, tal vez esté sufriendo una grave infección respiratoria.
Los párpados deben abrirse con facilidad, y no pueden presentar tumefacciones o alteraciones de color. Los ojos han de estar limpios y mostrar luminosidad; unos ojos hundidos son indicio de deshidratación o de un profundo malestar. Suele ser normal, especialmente en las tortugas Testudo, que haya flujo lacrimal en la cara.
Las membranas timpánicas, situadas a los lados de la cabeza, detrás de los ojos, deben ser planas o ligeramente cóncavas: cualquier protuberancia puede ser debida a una otitis media (infección del oído), que requiere tratamiento quirúrgico.
Los bordes del pico deben ser regulares, sin crecimiento excesivo del cuerno y sin fisuras.
Una vez garantizado que el ejemplar no presenta anomalías, es aconsejable pedir al criador (o al dependiente) que nos deje coger al animal en brazos. Una tortuga sana debe dar cierta impresión de peso; si, por el contrario, parece muy ligera para su tamaño, es posible que tenga algún problema (la sensación es similar a la de tener en los brazos una cáscara vacía, si bien es una valoración aproximada y requiere cierta experiencia).
Por último, hay que valorar la consistencia del caparazón: normalmente, una tortuga de más de un año presenta un caparazón bien calcificado, de consistencia ósea y que no cede a la presión. Si, por el contrario, el caparazón está tierno, significa que ha habido deficiencias en su alimentación o en sus cuidados. Obviamente, una excepción a esta regla la constituye la tortuga de las grietas, Malacochersus tornieri, que aun siendo adulta tiene un caparazón blando y flexible.
La superficie del espaldar y del peto debe ser observada con atención para detectar posibles alteraciones, como erosiones, coloraciones anómalas, distancia entre las placas o zonas hemorrágicas bajo estas. De hecho, las enfermedades que afectan al caparazón pueden ser muy graves. No obstante, también cabe recordar que una tortuga que vive al aire libre raramente presenta un caparazón absolutamente perfecto y que muchas lesiones, aun estando totalmente curadas, pueden dejar en él señales que no tienen ningún significado patológico.
Si la índole y el tamaño del reptil lo permiten, aunque es un tipo de examen a menudo difícil de realizar,sería muy útil poder observar el interior de la boca con la ayuda del propietario o del vendedor, para evitar provocar lesiones en el animal o hacerse daño (un mordisco, aunque sea de forma descuidada, puede ser muy doloroso). El interior de la boca debe tener un color rosado, si bien los márgenes internos del pico y el paladar suelen ser amarillentos. Los individuos con una coloración anómala de la mucosa de revestimiento de la cavidad oral (pálida, grisácea, rojo intenso o amarillo) o aquellos que presentan cúmulos de materiales purulentos o hemorragias deben ser rechazados. Una presión bajo la boca no debe provocar la salida de flujo por los orificios nasales, que sería indicio de problemas en las vías respiratorias.
Las extremidades no deben presentar nódulos ni tumefacciones, deben moverse de forma enérgica y, si son pellizcadas ligeramente con los dedos, retirarse de inmediato dentro del caparazón. Por otra parte, hay que observar muy atentamente la parte dorsal de la cola, el punto por el que esta se une al margen inferior del espaldar, ya que es una zona susceptible de infecciones profundas.
La cloaca debe mostrarse limpia y sin restos de deyecciones, y en ella no debe haber enrojecimientos, lesiones ni tumefacciones.